Los funcionarios de Liconsa, en San Juan del Río, nuevamente les niegan la venta, así que se retiran como llegaron
Por Alejandro Velázquez Cervantes
San Juan del Río., Don Pánfilo clava su mirada en la cortina gris de la calle Hidalgo 81, lugar donde recogía su dotación de leche desde hace 20 años…Sus ojos, ya sin brillo, reflejan la angustia de quedarse sin uno de sus principales alimentos: la leche Liconsa. Se sienta en una pequeña jardinera mientras el sol le pega de lleno en su rostro. Los promotores así como la coordinadora de padrón, Brenda Liliana Flores Huerta, le han negado la entrega de su dotación “porque no actualizó datos”. Don Pánfilo, de 87 años, y su esposa, doña Felipa, de 79, reconocen que la dueña del local les daba leche así “porque es muy humana”, y ve nuestras necesidades. Y casi siempre , incluso, “ni no las cobraba”.
Cuando salieron esta mañana de San Sebastián de Las Barrancas aun estaba oscuro. Tuvieron de caminar 40 minutos entre yerba, polvo y piedras sueltas. Luego en un camión y después en otro hasta llegar. “A nuestra edad ya no es fácil movernos”. Reconocen que jamás tuvieron acta de nacimiento. No saben leer ni escribir “la güera nos dejaba poner sólo la huella en un papel”, dice Pánfilo a quien las reúmas le han jugado una mala pasada pues no puede ya levantarse aunque su esposa trata de ayudarlo a incorporarse, así como algunos buenos samaritanos mientras los funcionarios de Liconsa ni siquiera se dan por enterados….
Las manos de don Pánfilo parecen bolas de acero, retorcidas. De un pañuelo desilachado saca un billete de 50 pesos y unas cuantas monedas que entre todas no suman ni 10 pesos. “Confiábamos en encontrar a la guerita para que nos dejara llevar la leche sin pagarle porque apenas tenemos estos pesos para regresarnos… Comenta a este reportero, que desde hace años no ve por el ojo izquierdo a causa de una mal formación y a que no fue atendido de manera puntual “acá no hay doctores que sepan de esa especialidad”. Camina con mucha dificultad y cuenta que ya sólo vive de los que sus hijos le mandan de vez en cuando de Estados Unidos, a donde salieron cuando aun no tenían la mayoría de edad, “nos mandan unos centavitos nadamás y no nos alcanza para las medicinas y apenas la pasamos con un poco de pan que nos regala el señor de la tienda y de la leche Liconsa que ya no podemos recibir”, lamenta.
Entonces ambos se enfilan rumbo a la parada de su camión a empezar su peregrinaje. Miran de reojo la cortina gris que durante muchos años fue su refugio, y su tabla de salvación. Aprietan la quijada, se toman de la mano don Pánfilo y doña Felipa…los funcionarios de Liconsa nuevamente les niegan la venta, así que se retiran como llegaron. A paso lento, a veces arrastrando los pies en medio de una calle repleta de autos que generan que la pareja camine aún más lento. Así terminaron un recorrido de tres´para no sólo irse con las manos vacías sino humillados por los mismos funcionarios que debieran garantizar un reparto justo, humano…