Así son las pinturas de Armando Otero, memorias encapsuladas de un viejo San Juan
Por Mario Luna
A don Armando casi no le gusta hablar sobre él. Dice que ya se ha dicho mucho y tal vez tenga razón. Su vida ha quedado constatada en libros, reseñas, entrevistas, notas de la sección de cultura y muy recientemente en videos difundidos en redes sociales. Ha compartido sus vivencias con conocidos y extraños, quizá por ello siente que su anecdotario es repetitivo.
Sin embargo, en cada charla don Armando sorprende a su interlocutor con datos que aún no se han registrado en las páginas que reseñan su vida a la hora de inaugurar exposiciones o en libros que albergan un lugar especial para aquellos personajes destacados de lo que él cariñosamente llama su pueblo.
Armando Otero pintor sanjuanense
En entrevista con Crónica Regional, don Armando Otero Castillo rebobina sus recuerdos, revive con detalle las imágenes de su infancia que lo han llevado a desempeñar con pasión su arte, repasa las satisfacciones de impartir cátedra y examina los cambios profundos sufridos en su pueblo, su tierra: San Juan del Río.
Mi pueblo
Don Armando Otero Castillo nació el 7 de mayo de 1947, en San Juan del Río, Querétaro. Desde su primer día y hasta hoy, 74 años después, su vida la ha transcurrido en una casa ubicada en el pintoresco callejón 2 de abril, a unos pocos pasos del museo emblemático de la ciudad: el Museo de la Muerte.
Sus inicios como pintor fue en la Escuela Martir de Chihuahua de SJR Querétaro
Es conocido y reconocido entre la gente de su barrio por el trabajo que ha desempeñado desde hace más de 50 años: la pintura. Ese arte, esa pasión, esa inquietud por los trazos que se gestó en un salón de clases de la Escuela Primaria Mártir de Chihuahua.
“Desde ese tiempo yo sentí que había inquietud en mí, como que se me daba el dibujo. La maestra, que recuerdo con cariño, en sexto año, se llamaba Natalia Serrano de Rivas; esta maestra (…) me daba chance de dibujar en el pizarrón. Me prestaba los gises, el borrador y todo, de ahí yo sentí como que se me daba el dibujo”, recuerda.
Aunque algunas gentes lo califican como malhablado, poco le importa. Él sabe ubicar cada palabra en el lugar adecuado de su breviario y de vez en vez conjuga algunas groserías para dotar de más fuerza a sus dichos, misma fuerza que imprime en sus pinturas, que son recuerdos vivos de un San Juan antes de ser eclipsado por la idea del progreso.
Así son las pinturas de Armando Otero, memorias encapsuladas de un viejo San Juan, de “mi pueblo”, como cariñosamente lo nombra cada vez que se refiere a él. En sus pinturas ha retratado edificios, calles, paisajes. Ha plasmado todo aquello que una vez fue y que hoy son solo vestigios, pruebas irreprochables del transcurso del tiempo.
Melancolía por cambios en sociedad sanjuanense
Don Armando confiesa que le da melancolía observar los cambios que ha sufrido San Juan del Río a lo largo de los años: las calles empedradas sustituidas por asfalto, un río que alguna vez fue cristalino y hoy es invadido por contaminantes, la empatía de la gente reemplazada por el individualismo cotidiano.
Pese a ello, es ese mismo sentimiento el impulso que lo lleva a rescatar y plasmar las estampas del pasado. La melancolía como estímulo para revivir lo vivido.
Las pinturas de don Armando trascienden la pasión por un arte, son pruebas fieles del amor que le tiene a la tierra que lo vio nacer. Sus obras son un espejo de los recuerdos de su niñez, imágenes de calles, edificios, naturaleza, paisajes y personajes que quedaron grabadas en su memoria para luego ser invocadas. Imágenes que se resisten al olvido.
Comenzó por pintar los paisajes memorizados que tenía de su barrio. Luego, su obra se extendió para representar otros sitios. “Algunas obras las pinto de memoria, porque como lo viví en mi infancia se me quedó tan grabado. Yo pienso que es amor a mi pueblo, porque lo reproduzco”, explica.
“No me considero un cronista”
Gracias a las pinturas que muestran los aspectos de un San Juan del Río de mediados del Siglo XX, a don Armando Otero Castillo se le ha conferido el títuto de cronista pintor. Las más de mil obras en su haber son una recopilación de aquellos rincones de un pueblo tranquilo, alejado de la modernidad, digno de ser recordado.
El mote de cronista pintor, recuerda don Armando, nace de Israel Luna Cabrera, entonces periodista del El Sol de San Juan. La anécdota cuenta que don Israel Luna (cuya trayectoria periodística recientemente fue reconocida por el H. Ayuntamiento de San Juan del Río), le dijo a don Armando que el mote se lo había ganado por ser el sanjuanense oriundo que con sus obras demuestra la vida cotidiana de antaño.
-¿Qué opina de ese título que le han adjudicado?
-Pues no sé. Yo a veces no sé si lo merezca o no sé si realmente eso soy (…). A veces me incomoda porque a lo mejor no merezco ese mote. Pero si, a través de mi trabajo y del tiempo, me lo he ganado pues bienvenido. Pero no me considero ser eso, simplemente Armando Otero que pinta el pueblo, mi San Juan que tanto quiero.
Amor por la espátula
En el menester de la pintura, Armando Otero dice que se formó casi solo. Aunque intentó estudiar en la Academía de Bellas Artes en Querétaro, su mentor le dijo que él no era de escuela, que su talento era completamente innato, solo bastaba pulirlo. Su mentor, ese que no le permitió ingresar a la academia de artes, fue Restituto Rodriguez, pintor sanjuanense conocido por su estilo surrealista.
Don Resti, como don Armando nombra a su mentor, le inició en la pintura de manera formal. De don Resti aprendió lo básico: la teoría del color, las proporciones, los lienzos, el uso adecuado de la pintura y los pinceles. Además de ello, de don Resti heredó la técnica que lo ha acompañado en la mayoría de sus cuadros: pintar con espátula.
Cuenta que el amor por la espátula nació de una visita al estudio de don Restituto Rodríguez. En aquella ocasión, la maestra Berenice, esposa de don Restituto, estaba posando. Don Armando curioso de lo que ocurría, se acercó y observó a su mentor: en una mano traía una paleta con pinturas y en la otra una espátula con la que aplicaba colores y texturas sobre el lienzo que más tarde sería un retrato.
Aunque su mentor fue Restituto Rodríguez, don Armando no adoptó su estilo. Toma distancia. Dice que la pintura de don Resti “es cien por ciento surrealista”, mientras que la suya es “completamente realista”, imágenes de su pueblo.
Don Armando lo cuenta desde su estudio, un pequeño espacio adornado con sus pinturas, unas colgadas en la pared, otras descansando sobre algunos caballetes. En esa habitación también hay una televisión, un pequeño tocadiscos, una radio grabadora de casete y una caja de madera que guarda restos de otra de las aficiones de don Armando: la fotografía.
A través de la fotografía se encargó de retratar las fiestas familiares y sobre todo a sus integrantes: hermanos, cuñados, suegros, esposa, hijos. Todos ellos están ahí, impresos en papel fotográfico, esperando convertirse en testimonios de una época.
Y eso don Armando Otero lo sabe hacer muy bien, construir testimonios de una época, ya sea a través de sus fotografías, sus relatos o sus pinturas. Estas últimas constituyen un testimonio “realista”, como él lo define, de lo que fue su pueblo a mediados del siglo XX. Sus obras se aferran al no olvido de aquel tiempo y también a la crítica del San Juan actual.
Por su trayectoria, en 2016 Armando Otero Castillo fue reconocido como sanjuanense distinguido.
Jardín del Arte
Si se visita el callejón de 2 de abril los domingos por la mañana se verá a don Armando develando sus secretos a un puñado de jóvenes. Ahí, frente al Museo de la Muerte, se ha instalado el Jardín del Arte, una academia al aire libre donde Armando Otero y su discípula imparten clases a niños y adolescentes interesados en aprender el arte de la pintura o el dibujo.
El Jardín del Arte se fundó hace diez años. Este espacio fue creado por don Armando para compartir todo el conocimiento que ha cultivado a lo largo de su experiencia. Además, ha sido pretexto perfecto para difundir el arte y la cultura entre la gente de su pueblo.
“Las clases que estamos dando aquí afuera, yo no las cobro. Ni un peso partido a la mitad. Me gusta aportar. No quiero llevarme lo poco que conozco sin antes haberlo dejado a los que pueden ser más talentosos que yo”, comenta.
El amor al arte y las ganas de compartir sus saberes fueron el empuje que llevó a crear esta academia al aire libre. En cada clase el maestro Armando Otero pretende transmitir la pasión que él siente por el arte. Busca que sus muchachos, como llama a sus alumnos, se enamoren de la pintura, del lienzo y del pincel para que ellos puedan transmitir sus ideas, sus sentires. Para que ellos trasciendan a su mentor.
En la década que lleva impartiendo cátedra, don Armando ha visto nacer a jóvenes promesas. Una de ellas es Bibiana Colín Esquivel, la que considera su alumna más avanzada y quien cada domingo acompaña a su maestro para guiar a las nuevas generaciones de artistas sanjuanenses.
Otros estudiantes destacados son Diego Colín y Gisela Esquivel, quienes junto a don Armando y Bibiana han expuesto sus trabajos en galería, lo que para el maestro Armando Otero es un orgullo pues demuestra el esfuerzo, la tenacidad y el interés de sus alumnos por el arte.
Don Armando Otero Castillo (al que no le gusta el mote de cronista pintor, el que se aferra a no olvidar las estampas antiguas de su pueblo, al que con respeto llaman maestro sus alumnos, el que desde la melancolía revive con sus pinturas los recuerdos del viejo San Juan), siempre tendrá una historia que contar, ya sea bajo los rayos del sol mientras supervisa su espacio de enseñanza o sentado en la sombra del patio de su casa, animado por las canciones de los Ángeles Negros, el humo del cigarro y el tintito que sostiene en la mano.