México es un país lleno de tradiciones y cultura, pero el Día de Muertos supera las fronteras y cualquier festividad
En miles de hogares a lo largo del país celebramos el día de muertos, tradición milenaria que ha pasado de generación en generación, que representa la fiel creencia de que nuestros seres queridos que han fallecido nos visitan a lo largo de tres días, que conviven entre nosotros y que los recordamos con todo el dolor que su ausencia tiene en el día a día.
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Sin duda, es una de las celebraciones que desencadena una unión familiar, generada por esa falta física de un ser querido, porque así somos los mexicanos, nos unimos ante cualquier evidencia de sufrimiento.
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Para las familias colocar un altar representa la tradición de colocar los alimentos que normalmente consumían sus seres queridos, desde un vaso con pulque hasta un mole rojo elaborada por las mujeres.
Este es el caso de la familia, Cruz López, quienes desde el 31 de octubre se reúnen para ir colocando la mesa donde se pondrán los alimentos el 1ro de noviembre, donde las mujeres alistan cada uno de los ingredientes que utilizarán para preparar los alimentos.
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La matriarca comienza a dar instrucciones a cada integrante de la familia, algunos alistan las cazuelas donde elaborarán el mole, otros acuden a moler el maíz para poder elaborar las tortillas, y unos cuantos más se encargan de colocar las velas, que les dará luz a los seres queridos que estarán llegando.
Conforme avanza el día se alista el desayuno y la comida que será colocada en la ofrenda, mientras los más pequeños del hogar se encargan de formar el camino de flor de cempasúchil para dar la bienvenida a los fieles difuntos.
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La hora de la comida se acerca, el olor a mole inunda la casa de los abuelos, y comienza con la convivencia de las familias, los niños cautivados observando la colocación de alimentos, los grandes recordando a quienes ya no están entre ellos y por supuesto los jóvenes escuchando las anécdotas que son narradas con lágrimas en los ojos.
En este año la familia recuerda a un gran hombre, uno de los pilares del núcleo, el Tío Pablo, así lo conocen, y es que hace apenas un año dejó el mundo terrenal, sin embargo, su esposa, sus hijos, sobrinos y nietos, lo recuerdan con sonrisas y devoción.
Al colocar el pan, la familia lo ve relacionado con el acto de compartir. Su forma circular hace referencia al ciclo de la vida, y así pasa con cada elemento que comienza a abarcar un pequeño espacio.
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La pequeña mesa que fue colocada horas completamente vacía, pronto se va llenando de color y de un cálido aroma a flor, color y tradición, en el que se reviven los recuerdos más importantes para la familia, las anécdotas que se vivieron con quienes ya no están físicamente a nuestro lado.
Fruta, galletas, arroz, pulque, tortillas, papel picado, flor de cempasúchil, atole, arroz con leche y otros elementos van calentando las emociones que se vive en la casa, pero la festividad no culmina ahí, porque ahora los integrantes de la familia salen a sentarse al patio a preparar los arreglos florales que llevará el 2 de noviembre a los campos santos.
Y es que es tradición que toda la familia visite los panteones para acompañarse mutuamente a las tumbas de los seres queridos, acción que sin duda se ha pasado a cada una de las generaciones.
A diferencia de otras celebraciones estas fechas dejan abiertas las heridas, dejan lágrimas de quienes ya se fueron y claro que dejan la emotividad de la cercanía con la muerte.